Archivos de la categoría ACT

Ese gran desconocido que puedo ser.

Hoy me he levantado así como medio revoltosillo y con ganas de liarla (pero solo un poco) talmente como si fuera la bruja de Blancanieves, y como el que no quiere la cosa, voy a aprovechar y lanzarte una preguntita ligeramente envenenada y sin anestesia (si puedes, y te animas, contesta): ¿realmente sabes quién eres?, o si la pregunta te resulta excesiva: ¿quién eres tú?
Mi amigo Hernesto, sin dudarlo ni un momento, me ha contestado: «Pues muy fácil. Yo, soy yo». Y de esta forma tan estupenda ha dado por contestada a una de las preguntas que más ríos de tinta ha generado durante toda la Historia, y a lo largo y ancho de Internet, sobre todo en páginas de esas… Pero es que Hernesto es un filósofo. Aunque no lo sepa.

La verdad es que, aunque parezca sencillita, la pregunta se las trae, porque entronca con la identidad de cada uno, esa parte que hace que uno se diferencie de otro, o de otra cosa.

Y como siempre, cien, mil, millones de opiniones distintas. Incluidas las personas que opinan una cosa ahora y su contraria luego y encima te dicen que el que está en un error eres tú y que estás absoluta y totalmente dominado y engañado por tu EGO.

¡Ea, ya salió!

Según donde acudas, el Ego, el Yo, va a tener significados a veces totalmente distintos.

Para algunos bienintencionados que identifican a la Psicología con la corriente psicodinámica el Yo es la parte racional de nuestra mente, contraponiéndola a la parte «subconsciente» (y se quedan tan anchos) que hace que nos relacionemos con el mundo material y nos ayuda a desarrollarnos como personas. Y en este mismo campo están los que consideran que Freud ya está pasado de moda y encumbran a su segundo de abordo, Jung, como el culmen de la Ciencia psicológica, aunque se les olvide el apellido «transpersonal», eso si. Para éstos, el Yo es una especie de amalgama de personalidades que nos identifican y nos ayudan a tener orden mental y que tiene unas limitaciones que hay que disolver.

Si acudimos a algunos «metafísicos» nos van a decir que el Yo es una idea que nos formamos de nosotros mismos, y como idea, es algo ilusorio de lo que nos podemos liberar por medio de la expansión de nuestras consciencias, porque en realidad es un falso Yo. Aunque no especifiquen cuál es el verdadero.

Si visitamos algunas páginas «budistas», el Ego es un poco la identidad personal, pero también es todo lo contrario al espíritu y además es la madre de todas nuestras malas actitudes. Es limitante y es el origen del miedo, el apego, el orgullo, el egoísmo, la ira y todo lo que nos sabotea y nos separa de las enseñanzas del Buda. Hay que superarlo y diluirlo.

El ego es lo peor del ser humano. Lo peor de lo peor.

Sin embargo es lo que le identifica como tal, como persona completa, distinta de otras personas completas, de ahí mi estupor, confusión y enfado, vaya, producto sin duda de mi gran ignorancia y de que mi ego se me revela un poco y me hace caer en su procelosa trampa. Porque lo que te vienen a decir, en el fondo,  es que lo mejor para ti, es dejar de ser tú.

Y puedes elegir entre ser energía cósmica (eso si con autoconsciencia de serlo) o formar parte de una especie de conglomerado místico de todos los seres sintientes, amebas incluidas, y si eres muy, pero que muy estricto, células adiposas, conformando una única identidad; o una especie de intersección entre ambos conjuntos.

Para la Wikipedia, el yo en la Psicología «es la unidad dinámica que construye el individuo consciente de su propia identidad y de su relación con el medio; es, pues, el punto de referencia de todos los fenómenos físicos, psíquicos y sexuales». Esto es otra cosa, con la que, sinceramente me encuentro más cómodo. Intelectualmente puedo asimilarlo. Esté de acuerdo o no.

Bien es verdad que durante unos años el Yo ha dejado de ser uno de los ejes principalísimos de la corriente psicológica imperante, la terapia cognitivo conductual. Pero las cosas cambian.

Actualmente, desde lo que se ha venido a llamar las terapias de tercera generación, la Teoría de los Marcos Relacionales y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), da una explicación… distinta. O no.

Para esta corriente el Yo no es una entidad rectora de nuestro destino y que para modificarla necesites varios años de terapia. Afortunadamente.

Vienen a decir que cada vez que decimos YO, vamos construyéndolo.

De alguna forma vamos construyéndonos a nosotros mismos. Empezamos desde chiquitos, cuando aprendemos a hablar y nos van reforzando cada vez que lo decimos. Y así, poco a poco, vamos escribiendo nuestra biografía personal, las reglas de nuestro comportamiento, cómo nos vemos a nosotros mismos , cómo nos juzgamos,  cómo son nuestros diferentes roles sociales etc. de forma que, tacita a tacita, vamos dando un contenido concreto a nuestro propio Yo.

De acuerdo a esta teoría aparecen, al menos, tres sentidos distintos:

  • El Yo como concepto. Es esa parte que utilizamos cuando decimos Yo soy…, y a continuación ponemos un adjetivo o una valoración de nosotros mismos. Buena o mala: Yo soy sincero, o ansioso, o gordo o mayor… Aquí está toda la historia que te has estado contando sobre ti mismo y sobre tu vida, ahí están todos tus pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales, recuerdos, manías que te has ido creyendo porque eras tú quien te lo contaba, y que has ido integrando hasta convertirlo en una especie de autorretrato verbal tuyo. Y crees que te retrata perfectamente, pero lo mismo en realidad solo describe una parte pequeñita de lo que en realidad eres.
  • El Yo como proceso. El uso de la palabra Yo implica autoconsciencia. Y la autoconsciencia es un proceso. Es una especie de respuesta que nos damos ante nuestras propias respuestas. Respondemos, verbalmente, ante nuestras conductas, ante esas cosas que los  demás pueden percibir y recompensar con su aceptación o agrado, o  castigar con su rechazo, y luego nos damos cuenta de los procesos psicológicos que están asociados a esas conductas: pensamientos, recuerdos, emociones… Construyendo de esta manera un YO basado en estos procesos psicológicos: yo pienso, yo siento, yo recuerdo.
  • El Yo como contexto. También conocido como YO observador. Este, no está hecho de palabras. Es la «persona» que sirve de nexo común a todas estas experiencias y que no puede describirse en forma de contenidos. Es la que se cayó del triciclo cuando eras pequeña y la que está leyendo esto. La que se da cuenta de que tiene frio y de que está teniendo la sensación térmica de frio y además la valora como agradable o no y es consciente de esa valoración. Es esa parte de ti que siempre permanece en el tiempo, testigo de tantos acontecimientos, pensamientos, emociones, sensaciones…

Y bueno, espero no haberme hecho demasiado farragoso. Te he presentado un pequeño muestrario de lo que opina la gente sobre lo que es el Ego. No se pretendía entrar a degüello a desmontar nada, porque probablemente cada uno nos aferramos a lo que consideramos nuestra verdad. Y a atacar a la Verdad implica atacar a la persona que la defiende.

Ahora es tu turno, te  acuerdas de la pregunta del principio…

¿Y tú, quién eres?

Un abrazo.

Sea vd. feliz, pero ya!!!

«Y fueron felices y comieron perdices» (lo de tirarse los huesos a las narices habría que contrastarlo).

Poco más o menos así terminaba una gran cantidad de cuentos infantiles, hace ya, ejem, unos pocos años.

Y estaba bien. El bueno ganaba después de pasar por muchas penalidades. Su esfuerzo era bien recompensado. Y así, poco a poco, fuimos entrando en la idea de que la felicidad es posible, pero hay que esforzarse por conseguirla.

Luego ya vendrían los dibujos animados y las películas americanas…

Y probablemente fuera así como fuimos entrando, poquito a poco y sin casi darnos cuenta en esta búsqueda actual de la felicidad a cualquier precio, cueste lo que cueste, a toda costa, en todo momento y a base de esfuerzo.

En estos tiempos la felicidad parece estar al alcance de cualquier bolsillo, si uno se compra un robot aspirador, una colonia, un nuevo teléfono móvil o incluso un coche ultimísimo modelo de supergama altísima va a ser, por fin, feliz. Así lo asegura la publicidad, a veces de manera muy poco subliminal.

Y si no lo haces, vas a seguir siendo un pobre desgraciado.

Si escribes en Google felicidad, así, sin más, vas a encontrar la no poco desdeñable cantidad de 149 millones de entradas. Incluso desde esta página se ha contribuido a inundarnos aún más con frases motivadoras que hablan de esto. Y ante tantísima avalancha resulta muy complicado distinguir si las intenciones de la persona que lo publica resultan honestas, honestamente comerciales o simplemente comerciales sin complejos ni escrúpulos. Y de estos últimos hay muchos. ¡Pero muchos!

En gran parte de nuestra sociedad occidental de estos momentos, y en parte de la sociedad oriental, la calidad de vida resulta más alta que la que se ha tenido nunca a lo largo de la historia: tenemos mejor asistencia médica, mejor vivienda, mejor comida, más dinero y oportunidades profesionales que nuestros bisabuelos. Bueno, que los bisabuelos de los bisabuelos.

Y sin embargo el mercado y el mercadeo de la felicidad están haciendo su agosto. Da la impresión de que si hay este enorme mercado es porque hay la suficiente demanda de felicidad. Vaya que en realidad somos bastante infelices.

Y antes de seguir, me gustaría parar un momento y plantear una cuestioncita apenas sin relevancia: ¿realmente sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de felicidad?

Si le preguntáramos a cada uno de los habitantes del planeta qué entienden ellos por felicidad probablemente tendríamos 7.452 millones de respuestas distintas…

Para mi amigo Hernesto está muy claro, la felicidad son momentos. Es un filósofo, aunque él no lo sepa.

Hace un par de años, bueno, tal vez un poquito más, me tropecé con un libro de un señor que se llama Russ Harris: «La Trampa de la Felicidad». Si no les aconsejo su lectura es básicamente porque yo no soy nadie para ir dando consejos sin que me los pidan(y a veces ni aun pidiéndomelos). Pero me resultó extraña y gratamente satisfactorio. Fundamentalmente porque me pareció, al menos, honesto, y lo que decía no era ninguna tontería.

Viene a decir (entre otras muchas cosas) que cuando hablamos de felicidad, en realidad hablamos de dos cosas distintas.

Por un lado se trata de nada más y nada menos que de un sentimiento de alegría, de satisfacción, de placer. Y aunque a todos nos gusta sentirnos así, resulta que como es un sentimiento, le va a pasar lo mismo que a los otros sentimientos: dura lo que dura. Poco. Tal vez muy poco. Y por mucho que intentemos aferrarnos a ella con uñas y dientes, se nos va a escapar de entre los dedos. No es complicado que nos encontremos de repente en una especie de lucha vital por seguir sintiéndonos felices, para darnos cuenta de que en realidad conseguimos bastantes pocas satisfacciones. Lo más habitual es que cuanto más nos empeñemos en conseguir sentimientos agradables más probable resulta que suframos de ansiedad o de su prima hermana, depresión.

El otro significado de felicidad puede ser el de conseguir una vida llena de sentido, rica, plena. Una vida realmente satisfactoria. Signifique lo que quiera significar para cada uno.

Cuando hacemos las cosas que sinceramente nos importan, cuando la dirección en la que caminamos resulta que para nosotros realmente merece la pena, cuando actuamos en consonancia con lo que tenemos claro que tiene que ser nuestra vida, de repente, se siente uno como si tuviera más energía y resulta más fácil ir consiguiendo los pequeños objetivos que nos podemos ir planteando por ese camino. Y parece que esto ya no es un sentimiento fugaz, sino una profunda sensación de que estoy viviendo bien mi vida. Tal vez no tenga lujos, pero estoy satisfecho. Y aunque esta vida estará llena de momentos y sentimientos alegres y placenteros, es seguro que también nos va a traer otros momentos desagradables. Así son las cosas. Es lo que hay. Si vivimos una vida plena, en dirección a lo que realmente nos hace sentirnos satisfechos de nuestro esfuerzo, vamos a sentir toda una paleta de sentimientos y emociones. Agradables y desagradables, pero estaremos en disposición de poder aceptarlos, sin resignación, sin juicios.

Con la convicción de que realmente estamos viviendo la vida que queremos vivir.

A mi, particularmente me dio que pensar.

Espero sinceramente que tú ahora estés pensando también.

No, no es cuestión de elegir qué tipo de felicidad es mejor o cuál de ellas es la que estoy buscando… Es sólo cuestión de comprometerte contigo mismo y aceptar tu vida. Como venga. Pero con sentido.

Cuidate.

Sé feliz.

El autobús

Imagínate que eres el conductor de un autobús. Tienes asignada una ruta y al conducir por ella tu vehículo va recogiendo cada día diferentes pasajeros. Algunos son nuevos y otros habituales, y de ellos parte son amables, parte más bien desagradables y parte, por fin, directamente problemáticos. A medida que esos diferentes pasajeros van subiendo a tu autobús, les echas un vistazo, dedicando a algunos más atención que a otros, pero sin dejar nunca de ser consciente de que no puedes impedir que suban a él y que lo máximos que puedes hacer es observarlos y estar atento por si se produjeran problemas.

Algunos de ellos te amenazan para que hagas lo que ellos quieren y llegas a un acuerdo con ellos para que se mantengan en el fondo del autobús para no verlos. A cambio, tú harás lo que ellos quieren. Pero llega un momento que quieres cambiar tu ruta y esos pasajeros se levantan y comienzan a molestarte para que vuelvas a la ruta que ellos quieren. Decides echarlos del autobús, así que paras y te enfrentas a ellos. Pero lo primero que has hecho es parar, no vas a ningún lado, y los pasajeros son muy fuertes. Forcejeas con ellos e intentas echarlos pero no puedes, así que te vuelves a sentar al volante y comienzas a conducir por la ruta que ellos quieren para que vuelvan al fondo y te dejen tranquilo.

Cada vez que te planteas modificar la ruta vuelven a aparecer y cuando mantienes la que llevas desaparecen de nuevo. Algunas veces desaparecen durante tanto tiempo que te olvidas de ellos y llegas al convencimiento de que el único camino, la única ruta es la que estás siguiendo. Si te sales un poco vuelven a aparecer, pero ahora con la ventaja añadida de que han ganado todos los enfrentamientos.

Durante tu jornada, todos esos diferentes tipos de pasajeros van subiéndose y bajándose de tu autobús y, al cumplirse el horario, se vacía y pones fin a la ruta aparcándolo en las cocheras para que pase allí la noche.

Ahora piensa que esa ruta es una lista de tus objetivos diarios. Cada objetivo representa algo que necesitas o quieres hacer para vivir tu vida en armonía con tus valores. En lugar de pasajeros subiéndose y bajándose de tu autobús, imagina que esas personas son los pensamientos estresantes, recuerdos personales, imágenes mentales y emociones dolorosas que vienen a obstaculizar el comportamiento de tus objetivos diarios. Como acabas de hacer con los pasajeros de tu autobús, retrocedes un paso, observas esos pensamientos, guiones, imágenes y emociones y acepta que suponen una amenaza para ti y que no sabes cómo hacerles frente. Y como acabas de hacer con los pasajeros de tu autobús, acepta que todos esos pasajeros seguirán subiéndose y bajándose y continúas conduciendo su autobús mientras convive con ellos. Te das cuenta de que cada tía traerá una nueva mañana, una nueva ruta y un nuevo grupo de pasajeros que viajarán contigo en el viaje de tu vida.

Tú eres el conductor del autobús, tienes el control del vehículo, pero lo has cedido a unos pasajeros que te amedrentan. Ellos no giran el volante ni pisan el freno ni el acelerador. ¿Crees que esos pensamientos, sentimientos o recuerdos pueden hacerte daño? ¿Vas a seguir escondiéndolos para no verlos o vas a dirigir tu vida independientemente de lo que digan que pueden hacerte?

¡Disfruta el viaje!