Mi pequeño tiranuelo (3/3)

Destronando al Tiranuelo.

Después de descubrir lo que caracteriza a nuestro pequeño tirano y los motivos que han hecho que ocupe el trono imperial de la casa, le toca el turno a conseguir derrocarlo. O al menos intentarlo.

Esto de tener un tiranito en casa no sucede de hoy para mañana. Es un proceso que lleva cierto tiempo de gestación. A menudo mucho más del que uno es consciente.
Por eso, cuando creas que las cosas se te han ido de las manos, o cuando empieces a darte cuenta de ello, lo mejor sería acudir a un buen profesional de tu confianza. Subrayando buen profesional y de tu confianza. Aunque eso signifique ir peregrinando un poco de consulta en consulta.

Hay profesionales que consideran que el abordaje de este problema abarca tres objetivos fundamentales:

  • Establecer determinados límites y normas firmes en relación con la agresividad y el engaño. Básicamente tolerancia cero.
  • Trabajar para mejorar la autoestima del pequeño.
  • Trabajar la inteligencia emocional, basándose fundamentalmente en el desarrollo de habilidades sociales, la empatía, el altruismo y la solución de problemas.

Y una vez establecidos los objetivos generales, ya se puede hablar de ofrecer una serie de pautas para conseguirlos:

  •  En primer lugar, establecer límites y poner normas desde el principio. Hay quienes consideran que sería bueno empezar cuando antes, casi desde el tercer o cuarto mes… tal vez sea un poco exagerado. Tal vez no. Lo realmente importante es que el niño comprenda que existen normas que hay que cumplir y reglas que seguir. Algunas deben ser inamovibles: no pegar, no insultar (tolerancia cero a la agresividad y la violencia). Y otras se pueden negociar… Eso si, el incumplimiento de estas normas debe tener unas consecuencias.
    Lo mejor: darles tareas acordes con su edad, para que vayan aprendiendo lo que es la autonomía y la responsabilidad.
  • Por supuesto se debe tener un único criterio, una coherencia entre todos los adultos responsables del pequeño.
  • Reforzar, en la medida de lo posible, la aparición de conductas positivas siempre resulta más efectivo que el castigo, pero si se ha impuesto uno, hay que cumplirlo (debería ser inmediato y proporcionado, se trata de un castigo, no se trata de dar ejemplo a otros ni de una venganza). Conviene explicar claramente cuales son las normas o por qué se le dice que no a una petición usando argumentos que el niño pueda entender, eso si, sin entrar en debates eternos.
  • Enseñar, promover y premiar el esfuerzo, aunque el resultado no sea exactamente el esperado, siempre se debe valorar el hecho de haberlo intentado.
  • Predicar con el ejemplo. Eso de haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago resulta confuso. Eres el modelo de conducta del pequeño. Deberías actuar como te gustaría que actuase. La coherencia vuelve a aparecer como algo muy importante.
  • Es importante que el niño entienda qué significan sus emociones y cómo se sienten otras personas, debe aprender a ponerse en el lugar de otros. Se trata de fomentar la empatía e invitarle a que practique actos altruistas para que vea su efecto en los demás. Inteligencia emocional. Por supuesto.
  • En una casa donde los adultos gritan y amenazan es más complicado que los niños aprendan a comunicarse de forma sosegada. Habría que esforzarse para que la comunicación esté exenta de agresividad y que en su lugar aparezca un diálogo respetuoso, y algo aún más importante, con espacio para la escucha. Habría que favorecer un tipo de comunicación sin gritos, sin insultos ni amenazas, respetando el turno de palabra. Se trata de que le expliques al pequeño cómo te sientes y que le animes a que te cuente cómo se siente él.

El síndrome del emperador se puede solucionar. Afortunadamente a esas edades casi nada es definitivo.

Parece que hay cierto consenso en que la solución pasa por explicar los limites y reforzar los aspectos positivos del niño. La claridad de esos límites, el refuerzo positivo y sobre todo, en la medida de lo posible, dedicarles tiempo de calidad (teniendo en cuenta que el tiempo que pases con tus hijos es también tiempo que te dedicas a ti mismo) favorecerá que aparezca la seguridad necesaria para desarrollarse como personas autónomas y felices.
Y ten en cuenta que si el proceso de convertirse en tirano lleva cierto tiempo, el tener que desandar el camino, tampoco es inmediato.

 

Mi pequeño tiranuelo (2/3)

¿Cómo se llega a tener un Tiranuelo en casa?

¿Cuáles son los motivos que llevan a esta situación?
Pues como resulta que no es un problema fácil, los motivos que llevan a esta situación tampoco lo son.
Lo más sencillo suele ser culpabilizar a los padres, aquello de «si fuera hijo mío le iba a enseñar yo».
Pues no.
El problema es bastante más complejo, entre otras cosas porque este tipo de violencia suele ser selectiva y no una constante permanente en la personalidad del niño, en algunas ocasiones este comportamiento sólo se manifiesta en el seno de la familia y no en la escuela o en otros ámbitos, en los que su comportamiento puede resultar de lo más adecuado.
Realmente aún no se ha identificado con exactitud las causas que originan este problema. Aunque, como casi siempre, se habla de una especie de acumulación de factores.
En primer lugar, claro, está la predisposición genética (no, la herencia no, o no sólo). Esto podría explicar el por qué dentro de una familia, y con las mismas condiciones ambientales, solamente se ve afectado uno de los miembros.
También parece existir un componente físico. Pudiera ser que existiera un cierto desequilibrio en la química cerebral (por ejemplo la fluctuación de serotonina, pero hay bastantes sustancias diferentes fluyendo por ahí dentro de la cabeza). Un desequilibrio de los distintos neurotransmisores puede impedir la adecuada regulación de las emociones, el control de los impulsos y también puede incidir en el comportamiento. Aunque esta es una afirmación tal vez excesivamente médica, o más bien, directamente psiquiátrica, y por lo tanto está más próxima al Trastorno de Oposición Desafiante.
Parece existir cierto consenso entre los investigadores en la importancia de las causas psicosociales.
Es innegable que de un tiempo a esta parte se evidencia un cambio en el modelo laboral y social, cosa que va a repercutir directamente en la cantidad y calidad del tiempo que pueden emplear los padres para dedicar a sus hijos. Las necesidades económicas, desgraciadamente, mandan y la inestabilidad del mercado laboral no favorece precisamente ese deseable concepto de conciliación familiar que tanto se busca y tan poco se encuentra.
Por otra parte estamos inmersos en un tipo de sociedad excesivamente hedonista y consumista, en el que los ejemplos que más triunfan son los que consiguen el éxito de forma fácil, rápida y sin casi ningún esfuerzo. Sólo hace falta asomarse un poco a determinadas cadenas de televisión o alguna que otra red social de esas tan populares y encontraremos algunos de ellos casi sin querer.
Total, que los padres, además de la responsabilidad de ser padres, se ven en la vorágine del consumismo y la economía.
No es extraño que no puedan dedicarle a los hijos ese tiempo de calidad tan necesario y que están desando dedicar, por lo que muchas veces el sentimiento de culpabilidad que llega a generarse puede llevarles a intentar compensarlo concediendo caprichos.
En otros casos es el hecho de intentar encontrar un momento de tranquilidad y encontrarse con un berrinche. Si transijo, se acaba la pataleta, encuentro paz. Al menos al principio. Luego resulta que no funciona tan bien.
Quizá por eso la palabra NO es algo que escuchan poco y los pequeños emperadores se vuelven poco tolerantes a esto de los noes.
Y esta carencia de noes lleva a una falta de límites claros. Si los padres no tienen tiempo para dedicar a los niños y a veces se delega en terceras personas como abuelos o cuidadores, tampoco van a tener demasiado tiempo para educar a los niños en normas de conducta adecuadas, con lo que el sentimiento de impunidad se hará presente en el niño: «se hacen todo tipo de concesiones para no tener problemas y al final lo que generan es un problema» dice Javier Urra.
Por eso es muy importante que los pequeños tengan unos límites claros, coherentes, consistentes y compartidos tanto por los dos progenitores como por el resto de la familia, y añadidos (abuelos, tíos, amigos, niñeras…).
Además de todo esto habría que considerar aquello de tener que darle a mi hijo todo lo que yo no tuve.
O al revés: no quiero que mi hijo sufra la misma educación que tuve que sufrir yo.
Todo suma.
¿Y fuera de la familia?
El sistema educativo parece que también queda saturado. Puede encontrarse con tener que marcar límites a unos niños que los desobedecen y desafían para conseguir lo que les apetece. Incluso se puede dar el caso en que desde el colegio se intentan establecer ciertas normas y se encuentran con la desaprobación y las quejas paternas, padres a quienes  no les gusta que nadie ejerza ningún tipo de autoridad sobre sus hijos, excepto ellos, si es que realmente la ejercen.
Hace muy pocos días se ha publicado en prensa que una maestra en Toledo ha sido gravemente agredida por una madre cuyo hijo había llegado a casa con un chichón. No es lo habitual. Pero se da.

Con todo esto encima de la mesa se podría decir que los más peques de la casa poco a poco se van acostumbrando a no valorar las cosas y a que sus deseos más inmediatos deben ser cumplidos por encima de todo.
Por otra parte, es lógico que los padres acaben por frustrarse y angustiarse muchísimo, porque nada de lo que hagan conseguirá que el niño esté satisfecho.
Dejar que el mundo gire alrededor de nuestro emperador particular les está haciendo un muy flaco favor, porque un niño que no ha experimentado algo de frustración y que no siempre se va a salir con la suya, es un niño con una cierta debilidad.
En un futuro puede llegar a tener muchas dificultades para afrontar nuevas situaciones y solucionar problemas sin ayuda.
Cuando este pequeño emperador sea adolescente y se hayan consolidado sus pautas morales y de conducta, puede tener problemas para aceptar una autoridad externa que les imponga ciertos límites, por ejemplo los mínimos de convivencia.
En los casos más graves puede llegar a la agresión física a sus padres, aunque son las madres las que se suelen llevar la peor parte. Incluso hay alguna corriente social que llega a considerarlo como una forma particular de violencia de género.
El problema puede llegar a hacerse mucho más serio. Sobre todo si tiene que intervenir la policía. No sería la primera vez. Y desgraciadamente no sería la última.
El qué se puede hacer para prevenir o corregir esto lo dejamos para la siguiente entrega.

Recomendaciones para hablar con menores cuando necesitan ayuda

Hace un tiempo la APA (American Psychological Association) publicó una hoja de hechos o pequeña guía para hablar con los menores cuando tienen problemas.

Son apenas unos puntos en los que tampoco profundizan demasiado pero me ha parecido interesante traducir el documento y ponerlo aquí.

Hablar con menores cuando necesitan ayuda

Como padre o profesor, eres la primera línea de apoyo para niños y adolescentes. Es importante tener abierta una línea de comunicación con ellos y construir un sentimiento de confianza. Cuándo tus niños y adolescentes tienen dificultades, quieres que se sientan cómodos recurriendo a ti para buscar ayuda.

Es muy importante la habilidad de identificar cuándo los menores están luchando emocionalmente. Los niños y adolescentes tienden a interiorizar sus sentimientos. Si algo les preocupa, no suelen manifestarlo y pedir apoyo. A veces no son conscientes de tener esa ayuda disponible. Así pues, es esencial para padres y profesores ser capaces de detectar cuándo va mal algo y cómo acercarse a niños y adolescentes.

Puedes percibir como un reto conseguir que tus hijos se abran y hablen contigo. Los siguientes consejos pueden ser útiles para empezar una conversación y entender qué está ocurriendo en sus vidas.

Hazle sentirse seguro. Quieres facilitar que los menores se sientan cómodos hablando contigo. Es esencial dejar claro por qué estás hablando con ellos. Los niños especialmente temen tener problemas o ser castigados si se ven forzados a hablar en privado. Tranquilízalos, ese no es el caso; estás ahí ofreciendo apoyo. Los padres podrían considerar reservar un poco de tiempo para hablar cara a cara regularmente, como almorzar con tu hijo semanalmente o cada dos semanas.

Escúchalos. Tomate el tiempo de escuchar activamente por qué tu hijo tiene un bajón de rendimiento escolar o habla de la muerte o lo que un adolescente tiene que decir. Muchas veces, todo lo que quieren los niños o adolescentes es alguien que les escuche. Intenta entender su punto de vista antes de hacer sugerencias. A veces tu propia ansiedad te puede empujar a intentar arreglarlo todo. Pero en muchos casos, la mejor ayuda que puedes ofrecer es escuchar atentamente.

Acepta y apoya su necesidad de ayuda. Si un niño o adolescente te dice que está sintiendose triste o molesto, por ejemplo, diles que estás orgulloso de que comparta sus sentimientos. Hazles saber que aprecias el esfuerzo que representa para ellos hablar contigo y confiar en ti para buscar ayuda. Si tu hijo parece necesitar más ayuda de la que tú puedes proporcionar, consulta con un profesional adecuado. Puedes comenzar por hablar con el psicólogo del colegio.

Sé auténtico. Intenta no hablar desde un guion. Los adolescentes saben cuándo no estás siendo genuino. Si eres abierto, auténtico y relajado, les ayudará a comportarse de la misma manera.

No tengas miedo de decir «no lo sé». Como padre o profesor, está bien admitir que no tienes todas las respuestas. Aun así, si un niño o adolescente te pregunta algo, tendrías que hacer el esfuerzo de encontrar una respuesta o alguien que pueda ayudar.

La Asociación Psicológica Americana agradece a Laurie D. McCubbin, PhD; Stephanie S. Smith, PsyD; Lynn Schiller, PhD; Andrew J. Adler, EdD; y Diane C. Marti, PhD, por contribuir a esta hoja de hechos.

Cuidado con las señales de suicidio

El suicidio es evitable. Los dos pasos más importantes para impedir el suicidio es reconocer las señales de aviso y conseguir ayuda. Las señales de advertencia pueden incluir un importante uso de drogas o alcohol, haciéndose daño a ellos mismos. Si crees que vuestro niño o estudiante está en peligro, llama al 112 inmediatamente y permanece con él mientras la ayuda viene en camino.

Fuente

https://www.apa.org/helpcenter/help-kids.aspx

Conclusión

No soy traductor profesional, pero he hecho lo que he podido con ello. He intentado ser lo más fiel al original posible, pero algunas frases y expresiones las he traducido más libremente porque en español sonaban muy raros.

Mi pequeño tiranuelo (1/3)

Tiranuelo: Se aplica despectivamente a un tirano, o afectuosamente a una persona,  por ejemplo a un niño, que tiraniza con gracia a otras.

Cada vez hay más padres que acuden a pedir ayuda porque esto de la paternidad parece que se les escapa de las manos…

Psicólogos, «coaches», servicios sociales e incluso asociaciones sin ánimo de lucro, como puede ser P.I.C.A. una asociación de motoristas creada para la protección de la infancia contra el abuso, están viendo como cada vez más padres se ven sobrepasados porque, aunque parezca raro, se sienten maltratados por sus propios hijos. Y no les falta razón.

Con tan solo investigar un poco uno se da cuenta que resulta ser un tema muy complicado y sin lugar a dudas muy doloroso. Sobre todo para las familias. Por este motivo vamos a abordar el tema con calma. Y cierta extensión.

Ene ste primer artículo, se va a poner el problema en contexto, haciendo hincapié en las características que definen al que se ha venido llamando Síndrome del Emperador.

En una segunda parte, se hablará de las causas y los motivos que hacen que tengamos en casa un pequeño tirano.

Y por último, en una tercera entrega (como en las telenovelas cortas) se intentará exponer qué se puede hacer para solucionar, o al menos comenzar a solucionar este problema.

Desde hace ya algunos años vienen apareciendo en los medios de comunicación artículos y noticias sobre el «síndrome del emperador», aunque también pueden usar otros títulos como el de niño tirano, o niño rey. Y aunque resulta muy útil, gráfico y descripitvo, en la práctica de los profesionales de la salud mental infantil no lo vas a encontrar con ese nombre. Lo más parecido va a ser el Trastorno de Oposición Desafiante. Pero se trata de una etiqueta psiquiátrica muy seria, y por tanto con una imagen mucho más negativa.

Probablemente por eso me gusta más la etiqueta más amable, y es con la que me quedo.

Esa especiede síndrome engloba a los niños y adolescentes que abusan de sus padres sin tener la más mínima conciencia de hacerles daño. La madre suele ser la primera y principal víctima, aunque más tarde van a ir cayendo otros familiares en sus redes. A no ser que se solucione.

Se trata de niños pequeños, y no tan pequeños, que contínuamente retan, desafían y se burlan de sus padres, llegando incluso a la agresión física en los casos más extremos. A algunos de ellos has podido verlos en programas de televisión como «Supernanny» . Tal vez incluso conozcas a alguno de estos pequeñuelos. Quizás lo estés sufriendo en primera persona.

Pero los niños pequeños tienen tendencia a crecer y si no se soluciona a tiempo este problema, se pueden llegar a convertir en ese tipo de adolescente que protagonizarán programas como «Hermano Mayor» y luego unpoco más tarde se van a convertiren adultos… Elige tú el programa en el que pueden salir.

¿Qué es lo que caracteriza al Emperador, o la Emperatriz Infantil?

En primer lugar habría que decir que este problema aparece tanto en niños como en niñas, aunque los niños suelen ser más numerosos. Entre los 5 y los 17 años de edad, sin embargo, en realidad empieza a gestarse bastante antes. y Aunque se da con más asiduidad en clases sociales acomodadas,  lo cierto es que también ocurre en las más desfavorecidas.

Curiosamente, según dice Javier Urra en su libro «El Pequeño Dictador» (de recomendable lectura para quien quiera abundar en la materia) apenas se observa entre la etnia gitana.

A partir de aquí, se pueden entresacar las siguientes características:

  • Suelen tener un exagerado sentido de la pertenencia y de lo que les corresponde, esperando y exigiendo a cuantos les rodean que se lo proporcionen.
  • Suelen estar muy centrados en si mismos, incluso se creen el centro del mundo. Exigen la atención tanto de sus padres como de todo su entorno. Y claro, cuanta más atención consiguen, más reclaman.
  • Parece que  la empatía es un recurso que les resulta escaso… no suelen darse cuenta de la manera en que su conducta afecta a otras personas. De hecho buscan justificaciones en los otros  y  les culpabilizan de lo que hacen, por lo que esperan que sean esas otras personas quienes les solucionen los problemas que ellos han creado.
  • Más que pedir, exigen hasta el límite (e incluso más allá) y una vez conseguida su demanda, se desencantan y vuelven a pedir otra cosa. Es casi como un bucle.
  • Su tolerancia a la incomodidad, frustración, aburrimiento o desengaño suele ser bastante poca.  Negarse a lo que han pedido suele ser causa de un berrinche, que ¿por qué no?, puede ir acompañado de ataques de ira, insultos y hasta violencia física.
  • Su capacidad de reslución de problemas o de afrontar experiencias negativas está muy mermada.
  • Les cuesta sentir culpa o remordimiento por sus acciones.
  • No suelen responder bien ante figuras revestidas de cierta autoridad, o ante  las normas sociales.  Suelen discutir las normas o los castigos con quien se los impone, normalmente los padres, quienes son malos,  injustos,  odiosos etc. Y mantener este comportamiento les compensa porque ante el sentimiento de culpa que inducen a los padres, suelen ceder y retirlarles el castigo, o incluso condederles ciertos privilegios.
  • A veces les cuesta adaptarse a las demandas de lo que ocurre fuera de la familia, en el colegio, por ejemplo, poque no responden bien a las estructuras sociales establecidas ni a las figuras de autoridad. Aunque esto no ocurre siempre.
  • Suelen sentirse tristes, enfadados y/o ansiosos, además de tener una autoestima más bien baja, enmascarada por sus comportamientos tiránicos.

El panorama no es agradable. A los padres les parace que hagan lo que hagan, no sirve para nada.

En el próximo artículo seguiremos avanzando y nos centraremos en cómo llega este emperador a encaramarse al trono de la casa…

Cómo ayudar a los niños a enfrentarse al «cyberbullying»

En este artículo pretendo dar unas nociones básicas de cómo ayudar a los menores que  están sufriendo cyberbullying. En general, hablaré sobre el acoso, pero en los últimos años el acoso que antes se quedaba en la calle viaja en el bolsillo de nuestros hijos.

¿Qué es el Cyberbullying?

El Cyberbullying es la utilización de herramientas de comunicación basadas en Internet o telefonía móvil para acosar a otra persona. Suelen considerarse varios tipos de acciones, como el envío de mensajes acosadores o hirientes, publicación de fotos o vídeos en redes sociales, difusión de rumores difamantes en Internet o en grupos de aplicaciones de mensajería.

El Child Mind Institute en un artículo lo define como:

Cyberbullying is the use of digital-communication tools (such as the Internet and cell phones) to make another person feel angry, sad, or scared, usually again and again. Examples of cyberbullying include sending hurtful texts or instant messages, posting embarrassing photos or video on social media, and spreading mean rumors online or with cell phones.

Pautas para el primer momento

Para los adultos, los padres, suele haber un shock emocional cuando descubren que su hijo o hija sufre acoso. Es posible que la primera reacción al enterarse sea tomar represalias sobre esos hechos y se olvidan de lo más importante: ayudar al menor a desactivar la situación, a protegerse a sí mismo y a buscar soluciones racionales que ayuden a detener ese acoso.

Es difícil mantener la calma cuando afecta a uno de nuestros hijos, tenemos que reaccionar. Pero lo más seguro es que sin estar preparados para enfrentar estos casos, nuestra reacción sea desproporcionada, a destiempo e incluso contraproducente cuando caemos en la sobreprotección. ¿Qué podemos hacer?

  • Lo primero es mostrar nuestro apoyo incondicional al menor. Lo queremos, hay que hacérselo saber.
  • Ayudar al menor a mantenerse alejado de los medios electrónicos por el que le llega el acoso. Ayudar, no prohibir. Podemos organizar actividades paralelas: realizar con él juegos analógicos, ayudarlo a desinstalar las aplicaciones que pueden molestar, etc.
  • Si se puede identificar a los acosadores y son menores también, puede considerarse la opción de hablar con los padres. Considéralo, pero ten en cuenta que este tipo de encuentros si no se saben manejar terminan normalmente en un cruce de reproches que no arreglan nada o incluso pueden empeorar la situación.
  • Valora ponerte en contacto con el Centro Educativo de tu hijo o hija. Aunque sólo tengas referencia de acoso online, es posible que sea una extensión que se arrastra desde otras situaciones como la escolar.

Muchas veces los chicos no cuentan que están sufriendo acoso. Algunas veces es por vergüenza, pero en muchas ocasiones es por miedo a empeorar la situación involucrando a los adultos. La mayoría de los acosos pasan desapercibidos, por ello, para los padres. Tanto es así que si los padres llegan a enterarse de una de estas situaciones es que el problema será lo suficientemente importante como para intervenir.

Intervenir no significa entrar como un elefante en una cacharrería. Intervenir significa comenzar por recabar cuantos más datos, mejor. Tenemos que hablar de la situación con nuestro hijo, pactar las acciones que vamos a tomar y elaborar un plan de acción conjunto. Dejar que nos exprese sus temores y miedos sobre las consecuencias y aclararle el alcance de las acciones para que la defensa sea eficaz.

Uno de los objetivos que suelen tener los acosadores es aislar a la víctimas para que no reciban ayuda. Es una buena idea animar al menor a buscar el apoyo de compañeros, porque puede convertirse en una defensa eficaz.

Pautas que debemos explicar y pactar con nuestros menores, según el Children Mind Institute son las siguientes:

  • Apagar el móvil o el ordenador. Hay que ignorar los ataques y otra opción si se quiere mantener el uso de esos dispositivos es desinstalar las aplicaciones por las que llega el acoso, o bloquearlas.
  • No responder ni tomar represalias. Normalmente cuando contestamos en caliente podemos decir o hacer cosas de las que más tarde nos arrepentimos. Normalmente los acosadores buscan obtener una reacción de nosotros, es lo divertido de acosar. No les demuestres que su plan ha funcionado.
  • Bloquear al acosador. Muchas de las aplicaciones que utilizamos tienen herramientas para bloquear cuentas de las que no queremos tener conocimiento. Si no puedes hacer eso, borra esos mensajes sin leerlos.
  • Guarda e imprime los mensajes de acoso. Si la situación se alarga en el tiempo, guarda la evidencia porque lo necesitarás para mostrárselo a padres y maestros, para denunciar la situación.
  • Cuéntale todo a un adulto de confianza. El adulto de confianza no tiene por qué ser uno de los padres. El adulto de confianza será aquél en el que confíe el menor porque considere que lo escuchará y que tiene las habilidades, la predisposición y la autoridad para ayudarlo. Revelar esta situación a un adulto no es chivarse, es defenderse.

Hay que tener en cuenta además, que si existen amenazas reales contra la seguridad del menor, hay que interponer denuncia en la comisaría más cercana.

Estrategias positivas

En las situaciones de acoso las reacciones que conllevan peores resultados son las que terminan en confrontación y los mejores las que señalan la situación en su justo término.

Nuestra obligación es enseñarle a nuestros hijos que para construir un mundo y una sociedad seguros la responsabilidad es de todos. Hay que darles herramientas para que, por ejemplo:

  • denuncien también las situaciones de acoso que presencien,
  • que censuren comentarios crueles en redes sociales,
  • a no enviar fotos humillantes si las reciben,
  • no reír las gracias que impliquen falta de respeto o sean
    humillantes para otros,

Así, entre todos podremos detener episodios de crueldad que de otra forma hubieran ido magnificándose como en una gran bola de nieve.

¿Cómo hablar del suicidio con los jóvenes?

En esta página ya hemos hablado sobre la depresión en otras ocasiones. Hay que recordar, además, que la depresión mata. El suicidio es un problema asociado que puede tener consecuencias fatales. Leemos preocupados en la página de información del Consejo General de la Psicología Español, haciéndose eco de las recomendaciones de la APA (American Psychological Association) que abordan el tema del suicidio en niños y adolescentes. En dicho artículo abren con la siguiente frase:

El suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 24 años de edad. A pesar de la creencia común de que solo los adolescentes y los adultos llevan a cabo comportamientos suicidas, los niños más pequeños también pueden estar en riesgo.

Hay que sensibilizar a padres y profesores para que estén atentos a las señales de advertencia que pueden lanzar nuestros niños y adolescentes. Los factores son muchos pero podemos resumirlos en la siguiente lista:

  • problemas de salud mental como la depresión,
  • la ansiedad y otros trastornos del estado de ánimo,
  • alcohol y uso de sustancias,
  • comportamientos compulsivos,
  • historia previa de trauma o abuso,
  • historia familiar de suicidio,
  • intento de suicidio previo

Si tratamos con menores con alguno de esos factores debemos estar atentos a las señales de advertencia. Entre ellas podemos destacar, pero no son las únicas:

  • cambios físicos en la apariencia o en los hábitos de higiene,
  • aumento en el consumo de alcohol o drogas,
  • disminución en las calificaciones escolares,
  • aislamiento social,
  • discursos sobre el suicidio o preocupación manifiesta por la muerte,
  • comportamientos peligrosos o imprudentes (como conducir de forma imprudente o practicar sexo inseguro),
  • comportamientos autolesivos,
  • expresar sentimientos de desesperanza o manifestar no tener motivos para vivir,
  • búsqueda de métodos de suicidio y/o adquisición de armas (evidentemente la preocupación por las armas es mayor en USA que en nuestro país).

Y si los padres detectan algunas de estas señales y/o comienzan a temer que su hijo/a puede estar en un proceso autodestructivo ¿qué pueden hacer? De la misma fuente se extraen algunas acciones que pueden poner en práctica para prevenir el suicidio:

  • Dígaselo: Expresar abiertamente su preocupación por el hecho envía un claro mensaje de que hay alguien que cuida de él, a quien le importa y quien se preocupa. No hay que hacer caso de quien dice que hablar de suicidio con los jóvenes puede sembrar la idea en ellos.
  • Escuche: En muchas ocasiones los padres evitan las conversaciones molestas, cambian de conversación e incluso llegan a prohibir ciertos temas. Es muy importante escuchar cómo se siente nuestro hijo/a y qué le está sucediendo.
  • Mantenga las relaciones sociales: Una reacción lógica, inmediata y, sin embargo, equivocada es «sobreproteger» al hijo o hija, prohibiéndole salir, por ejemplo. Al contrario, debemos ayudarlo a mantener sus relaciones sociales con amigos y demás gente querida. Además, lo que podemos hacer es pasar más tiempo con él o ella.
  • Comprensión: Debemos estar al lado de nuestros hijos de forma incondicional en estos momentos. Necesitan que les expresemos nuestro amor y apoyo, necesitan saber que vamos a buscar la ayuda que sea necesaria y que estaremos a su lado durante todo el proceso.
  • Confíe en su intuición: Un joven que tenga pensamientos suicidas siempre va a negarlos, si tiene sospechas de que esos pensamientos pueden estar ahí, confíe en su intuición. Tome medidas, especialmente las encaminadas a la seguridad (ver el punto siguiente).
  • Priorice la seguridad: Elimine cualquier medio que pueda tener al alcance el menor para llevar a cabo el suicidio. Asegúrese de que el niño o adolescente no se quede solo y consulte cuanto antes con un profesional de la salud mental.

 

Ese gran desconocido que puedo ser.

Hoy me he levantado así como medio revoltosillo y con ganas de liarla (pero solo un poco) talmente como si fuera la bruja de Blancanieves, y como el que no quiere la cosa, voy a aprovechar y lanzarte una preguntita ligeramente envenenada y sin anestesia (si puedes, y te animas, contesta): ¿realmente sabes quién eres?, o si la pregunta te resulta excesiva: ¿quién eres tú?
Mi amigo Hernesto, sin dudarlo ni un momento, me ha contestado: «Pues muy fácil. Yo, soy yo». Y de esta forma tan estupenda ha dado por contestada a una de las preguntas que más ríos de tinta ha generado durante toda la Historia, y a lo largo y ancho de Internet, sobre todo en páginas de esas… Pero es que Hernesto es un filósofo. Aunque no lo sepa.

La verdad es que, aunque parezca sencillita, la pregunta se las trae, porque entronca con la identidad de cada uno, esa parte que hace que uno se diferencie de otro, o de otra cosa.

Y como siempre, cien, mil, millones de opiniones distintas. Incluidas las personas que opinan una cosa ahora y su contraria luego y encima te dicen que el que está en un error eres tú y que estás absoluta y totalmente dominado y engañado por tu EGO.

¡Ea, ya salió!

Según donde acudas, el Ego, el Yo, va a tener significados a veces totalmente distintos.

Para algunos bienintencionados que identifican a la Psicología con la corriente psicodinámica el Yo es la parte racional de nuestra mente, contraponiéndola a la parte «subconsciente» (y se quedan tan anchos) que hace que nos relacionemos con el mundo material y nos ayuda a desarrollarnos como personas. Y en este mismo campo están los que consideran que Freud ya está pasado de moda y encumbran a su segundo de abordo, Jung, como el culmen de la Ciencia psicológica, aunque se les olvide el apellido «transpersonal», eso si. Para éstos, el Yo es una especie de amalgama de personalidades que nos identifican y nos ayudan a tener orden mental y que tiene unas limitaciones que hay que disolver.

Si acudimos a algunos «metafísicos» nos van a decir que el Yo es una idea que nos formamos de nosotros mismos, y como idea, es algo ilusorio de lo que nos podemos liberar por medio de la expansión de nuestras consciencias, porque en realidad es un falso Yo. Aunque no especifiquen cuál es el verdadero.

Si visitamos algunas páginas «budistas», el Ego es un poco la identidad personal, pero también es todo lo contrario al espíritu y además es la madre de todas nuestras malas actitudes. Es limitante y es el origen del miedo, el apego, el orgullo, el egoísmo, la ira y todo lo que nos sabotea y nos separa de las enseñanzas del Buda. Hay que superarlo y diluirlo.

El ego es lo peor del ser humano. Lo peor de lo peor.

Sin embargo es lo que le identifica como tal, como persona completa, distinta de otras personas completas, de ahí mi estupor, confusión y enfado, vaya, producto sin duda de mi gran ignorancia y de que mi ego se me revela un poco y me hace caer en su procelosa trampa. Porque lo que te vienen a decir, en el fondo,  es que lo mejor para ti, es dejar de ser tú.

Y puedes elegir entre ser energía cósmica (eso si con autoconsciencia de serlo) o formar parte de una especie de conglomerado místico de todos los seres sintientes, amebas incluidas, y si eres muy, pero que muy estricto, células adiposas, conformando una única identidad; o una especie de intersección entre ambos conjuntos.

Para la Wikipedia, el yo en la Psicología «es la unidad dinámica que construye el individuo consciente de su propia identidad y de su relación con el medio; es, pues, el punto de referencia de todos los fenómenos físicos, psíquicos y sexuales». Esto es otra cosa, con la que, sinceramente me encuentro más cómodo. Intelectualmente puedo asimilarlo. Esté de acuerdo o no.

Bien es verdad que durante unos años el Yo ha dejado de ser uno de los ejes principalísimos de la corriente psicológica imperante, la terapia cognitivo conductual. Pero las cosas cambian.

Actualmente, desde lo que se ha venido a llamar las terapias de tercera generación, la Teoría de los Marcos Relacionales y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), da una explicación… distinta. O no.

Para esta corriente el Yo no es una entidad rectora de nuestro destino y que para modificarla necesites varios años de terapia. Afortunadamente.

Vienen a decir que cada vez que decimos YO, vamos construyéndolo.

De alguna forma vamos construyéndonos a nosotros mismos. Empezamos desde chiquitos, cuando aprendemos a hablar y nos van reforzando cada vez que lo decimos. Y así, poco a poco, vamos escribiendo nuestra biografía personal, las reglas de nuestro comportamiento, cómo nos vemos a nosotros mismos , cómo nos juzgamos,  cómo son nuestros diferentes roles sociales etc. de forma que, tacita a tacita, vamos dando un contenido concreto a nuestro propio Yo.

De acuerdo a esta teoría aparecen, al menos, tres sentidos distintos:

  • El Yo como concepto. Es esa parte que utilizamos cuando decimos Yo soy…, y a continuación ponemos un adjetivo o una valoración de nosotros mismos. Buena o mala: Yo soy sincero, o ansioso, o gordo o mayor… Aquí está toda la historia que te has estado contando sobre ti mismo y sobre tu vida, ahí están todos tus pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales, recuerdos, manías que te has ido creyendo porque eras tú quien te lo contaba, y que has ido integrando hasta convertirlo en una especie de autorretrato verbal tuyo. Y crees que te retrata perfectamente, pero lo mismo en realidad solo describe una parte pequeñita de lo que en realidad eres.
  • El Yo como proceso. El uso de la palabra Yo implica autoconsciencia. Y la autoconsciencia es un proceso. Es una especie de respuesta que nos damos ante nuestras propias respuestas. Respondemos, verbalmente, ante nuestras conductas, ante esas cosas que los  demás pueden percibir y recompensar con su aceptación o agrado, o  castigar con su rechazo, y luego nos damos cuenta de los procesos psicológicos que están asociados a esas conductas: pensamientos, recuerdos, emociones… Construyendo de esta manera un YO basado en estos procesos psicológicos: yo pienso, yo siento, yo recuerdo.
  • El Yo como contexto. También conocido como YO observador. Este, no está hecho de palabras. Es la «persona» que sirve de nexo común a todas estas experiencias y que no puede describirse en forma de contenidos. Es la que se cayó del triciclo cuando eras pequeña y la que está leyendo esto. La que se da cuenta de que tiene frio y de que está teniendo la sensación térmica de frio y además la valora como agradable o no y es consciente de esa valoración. Es esa parte de ti que siempre permanece en el tiempo, testigo de tantos acontecimientos, pensamientos, emociones, sensaciones…

Y bueno, espero no haberme hecho demasiado farragoso. Te he presentado un pequeño muestrario de lo que opina la gente sobre lo que es el Ego. No se pretendía entrar a degüello a desmontar nada, porque probablemente cada uno nos aferramos a lo que consideramos nuestra verdad. Y a atacar a la Verdad implica atacar a la persona que la defiende.

Ahora es tu turno, te  acuerdas de la pregunta del principio…

¿Y tú, quién eres?

Un abrazo.

La personalidad, el rasgo, el temperamento, el carácter y …

El término Personalidad, deriva de persona, palabro que proviene del latín persōna, y éste probablemente del etrusco phersu («máscara del actor» o personaje), el cual -según el DRAE- procede del griego πρóσωπον [prósôpon].

El concepto de persona es un concepto principalmente filosófico que expresa la singularidad de cada individuo de la especie humana, en contraposición al concepto filosófico de «naturaleza humana» que expresa lo supuestamente común que hay en ellos.

Pero hoy no quiero hablar de personas, sino de personalidad. Un hermoso jardín del cual no sé como voy a salir. Veamos.

La personalidad es un conjunto de formas de comportarse y pensar que tenemos cada uno de nosotros, que van a hacer que nos diferenciemos unos de otros y que se ven afectadas por el crecimiento y desarrollo de la persona. Incluye actitudes, formas de relacionarse con los demás, habilidades, hábitos y formas de pensar.

Se trata de un constructo (un constructo es una cosa que se sabe que existe, pero cuya definición es difícil o complicada. En realidad muy complicada), que al igual que la inteligencia, ha generado numerosas investigaciones.

A lo largo de la historia, muchísimos autores, personas de esas que parece que saben de lo que hablan, han intentado definirla, así como plantear posibles teorías que faciliten la comprensión de un concepto, que a simple vista parece fácil.

Porque todo el mundo sabe lo que es la personalidad, claro.

Por cierto… ¿cómo la definirías tú?

¿Cuántas veces hemos utilizado la palabra personalidad en nuestra vida diaria? Se suele utilizar en múltiples oportunidades, por ejemplo:

-Para definir aquellas personas de alguna forma importantes en mi vida «Hernesto es un chico con mucha personalidad».

-Para referirnos a alguna eminencia que ha realizado algo importante «Ramón y Cajal fue una auténtica personalidad en histología y anatomía patológica» (¡Chúpate esa, Camilo Golgi! -aunque compartierais el Nobel-).

-Para referirnos a alguien que es diferente a los demás, y que no se deja llevar por lo que otros digan: «fulanito es que tiene mucha personalidad»; o bien por todo lo contrario «no tiene ninguna personalidad»

Como se va viendo, el término es utilizado para designar diferentes aspectos pero, realmente, ¿qué entendemos por personalidad?

Lo cierto es que no existe unanimidad al definirla y existen diferentes definiciones:

  • Para unos, se trata de la organización dinámica o conjunto de procesos que integran el flujo de la experiencia y la conducta.

  • Otros la explican en relación a cómo se define cada persona (lo que se parece muchísimo al autoconcepto), o el sentido que tiene el individuo de quien es él.

  • Otros más consideran que es la forma característica de pensar y comportarse que tiene cada uno, como hábitos, actitudes, o, en general, la forma particular de adaptación de cada quien a su entorno.

En resumen que no es fácil.

En base a las definiciones de personalidad que se han propuesto a lo largo del tiempo, podemos sacar en claro los siguientes aspectos fundamentales:

  • La personalidad es ni más ni menos que un constructo hipotético que incluye una serie de rasgos, relativamente estables a lo largo del tiempo y consistentes (no varían de una situación a otra) y que permite, de alguna manera, predecir la el comportamiento de la persona.

  • En la personalidad se incluyen otros elementos como pensamientos, afectos y motivaciones que determinan la conducta y que pueden explicar que la personalidad a veces no sea tan consistente y estable como pareciera en algunas circunstancias.

  • Abarca la totalidad de las funciones y las manifestaciones de la conducta de cada uno, las cuales serán fruto de elementos estables y dinámicos, influencias personales, sociales y culturales. Es algo distintivo y propio de cada persona y ésta buscará adaptar su conducta a las características del entorno, a ésto se le denomina “coherencia conductual”.

Pero como era de esperar, el concepto de personalidad no viene solo.

Para entender la personalidad es importante tener en cuenta qué es un rasgo, qué es el temperamento y qué es el carácter, ya que son conceptos relacionados (o incluso constructos, si, esas cosas de difícil definición).

Se entiende por rasgo de personalidad, aquellos elementos absolutamente fundamentales para entender la personalidad. Estos elementos no son observables directamente, y parece que hay que deducirlos (o inferirlos) de los comportamientos que la persona lleva a cabo.

Además son elementos que no están presentes normalmente, sino que dependen de la importancia que tenga cada situación para cada uno. Son de carácter general, también son estables en el tiempo y suelen aparecer de la misma manera en distintas situaciones.

Como ejemplo podemos pensar en una persona extrovertida, de la que diríamos que es alguien que busca el contacto con los demás, pero ¿siempre, siempre, siempre busca el contacto con los demás?

La respuesta sería: pues va a ser que  no. Por otro lado podríamos plantearnos, ¿a simple vista se puede ver si alguien es divertido o no? Pues tampoco. Es algo que se tiene que intentar deducir observando como se comporta.

El temperamento se refiere al «estilo» del comportamiento, de alguna manera es la parte no aprendida (me da cierto apuro decir genética, aunque me temo que tendré que decirlo tarde o temprano), es decir, a las diferencias de carácter constitucional que se dan en los procesos fisiológicos que buscan el equilibrio en el organismo, y que están influidos a lo largo del tiempo por la herencia, la maduración y la experiencia.

Algunas características asociadas al temperamento podrían ser:

  • Se trata de una dimensión biológica: serían influencias innatas y constitucionales del organismo que intervienen en la personalidad.

  • Tiene un origen genético y una base base biológica.

  • Su desarrollo es temporal, es decir, está sujeto a procesos de maduración y experiencia.

  • Aparición temprana (el temperamento surge en los primeros años de vida, incluso antes que la personalidad).

  • Está vinculado a la esfera de las emociones, incluyendo la forma y el estilo de la conducta.

Para entender mejor en qué consiste el temperamento podríamos pensar en las pruebas que se les hacen a los recién nacidos evaluar su temperamento, cuánto tarda en despertarse y cuánto en calmarse.

El carácter, por contra y a diferencia del temperamento, se forja en función de los valores de cada individuo y de la sociedad en la que vive, de su sistema educativo y de cómo son transmitidos.

Se trata de un conjunto de costumbres, sentimientos, ideales, valores y alguna que otra cosa, que hacen relativamente estables y predecibles las reacciones de una persona.

Va a incluir, por tanto valores (componentes afectivos y cognitivos) y componentes motivacionales y comportamentales.

Un ejemplo sería: «si uno tiene una idea, una costumbre, un valor, eso puede hacer o va a influir en el comportamiento que tenga o en las metas que pretenda alcanzar».

Espero que haya quedado claro que no es fácil hablar de personalidad y que hay que ir con pies de plomo si se quiere ser medianamente honesto tanto con las personas que le pueden leer a uno, como con uno mismo.

Debo reconocer que este articulillo tiene una malévola intención, que tal vez se plasme en algún que otro rollo de esos que se escriben y se publican y que puede que aparezca próximamente. O no.

Permanezcan atentos…

El diagnóstico, esa certeza.


Hacía un tiempo que mi amigo Hernesto no se encontraba bien y según pasaban los días se sentía cada vez peor, poco a poco se iba dando cuenta de que los achaques que estaba sufriendo incluso le estaban cambiando un poco el carácter.

Así pues, un buen día, harto ya de estar harto, pidió hora en la seguridad social. Se puso ropa interior limpia, por si acaso, que nunca se sabe, como le decía su madre. Y acudió a su cita cinco minutos antes, para no llegar tarde.

Tres cuartos de hora y cinco personas mayores más tarde se vio en la consulta de su médica de familia. Le contó todas sus dolencias, malestares y preocupaciones y con muy buen criterio, como debe ser, le mandó una analítica.

Y aquí comenzó su odisea particular.

Cuando fue a por los resultados la facultativa se los estuvo explicando, pero como excedían de su ámbito le remitió a un especialista en traumatología. Ya le llegaría la cita.

El traumatólogo le prescribió una batería completa de pruebas.

Al cabo del tiempo este especialista, le remitió al reumatólogo. Quien después de realizarle sus pruebas complementarias, acabó por remitirle al psiquiatra.

Este último, acabó concluyendo que lo que tenía mi amigo era el síndrome de Hernesto. Una enfermedad poco común, pero que no iba a impedir su normal funcionamiento social, personal, espiritual, familiar o laboral.

Pidió una segunda opinión…

Me puedo imaginar un poco lo que tendría que padecer cualquier persona que se encontrara en una situación parecida. Aproximadamente un año entre citas, pruebas, resultados y más citas y más pruebas y resultados.

El hecho de estar tanto tiempo sumido en la incertidumbre y sin saber lo que te pasa, te puede ir generando más y más ansiedad y la aparición de pensamientos catastrofistas que se suelen presentarse sin previo aviso a cualquier hora del día o de la noche, hasta el punto de poder tener un par de ataques de pánico.

Como poco.

Y todo ese tiempo sin un tratamiento específico que pudiera tratar la causa de su problema.

Los profesionales se limitan necesariamente y en el mejor de los casos, a ir tratando los síntomas que vayan apareciendo.

Esto es algo parecido a lo que han tenido que sufrir muchas personas aquejadas de síndrome de fatiga crónica o las que padecen fibromialgia. O las que padecen una enfermedad rara. O bastantes otras, cada uno tal vez podría aportar un ejemplo.

Cuando por fin te dan un diagnóstico ya pueden ponerte un tratamiento específico. Eso es válido para cualquier profesional de la salud.

Si no hay diagnóstico no se sabe contra qué hay que enfrentarse.

Y no nos confundamos, el diagnóstico no se limita solo a la enfermedad. Es aplicable tanto al motor de tu coche o a la salud de tu lavadora como a las altas capacidades intelectuales infantiles (por suerte o por desgracia aún no se diagnostican altas capacidades artísticas, creo).

Eso sí, cuando ya tienes el diagnostico la incertidumbre desaparece. Independientemente de lo grave que pueda llegar a ser.

Y puede resultar hasta tranquilizante. Te aporta serenidad. Ya no hay vuelta de hoja. Eso es lo que me está pasando. Y ya lo se. Fuera incertidumbre.

Y posiblemente esa tranquilidad, esa serenidad, esa certidumbre podría ser el lugar de donde las personas pueden sacar la energía necesaria para empezar a prepararse para afrontar la siguiente etapa: superar el diagnóstico, superar el problema, si es posible. Pero al menos, intentarlo.

Sin embargo, existe una especie de pequeña aldea poblada de irreductibles galos que se atrincheran en su diagnóstico y a partir de aquí ya no hay quien los mueva.

Absolutamente para todo (tanto para sus conductas problemáticas, como para su alopecia o su halitosis) la respuesta más habitual suele ser: es mi diagnóstico, es que soy… X. Soy así y ni puedo ni quiero cambiar. Es algo así como su salvoconducto para justificarlo todo: «soy borde porque tengo este diagnóstico, así que no soy borde, soy un pobre enfermito». Lo mismo le puede sonar a alguien…

No. De momento no pienso ponerle nombre al «diagnóstico», pero seguro que sin mucho trabajo puede salir más de uno.

Suelen usarlo como su tarjeta de visita, y te lo sueltan casi antes que su nombre cuando se te presentan.

El diagnóstico, en realidad no es más que otra etiqueta. Muy útil, sin duda. Absolutamente necesario. Pero etiqueta.

Y limitarse a ser lo que pone en una etiqueta, suele ser un error.

Esta, es solamente una opinión.

¿Qué tal si recopilamos otras?

Sea vd. feliz, pero ya!!!

«Y fueron felices y comieron perdices» (lo de tirarse los huesos a las narices habría que contrastarlo).

Poco más o menos así terminaba una gran cantidad de cuentos infantiles, hace ya, ejem, unos pocos años.

Y estaba bien. El bueno ganaba después de pasar por muchas penalidades. Su esfuerzo era bien recompensado. Y así, poco a poco, fuimos entrando en la idea de que la felicidad es posible, pero hay que esforzarse por conseguirla.

Luego ya vendrían los dibujos animados y las películas americanas…

Y probablemente fuera así como fuimos entrando, poquito a poco y sin casi darnos cuenta en esta búsqueda actual de la felicidad a cualquier precio, cueste lo que cueste, a toda costa, en todo momento y a base de esfuerzo.

En estos tiempos la felicidad parece estar al alcance de cualquier bolsillo, si uno se compra un robot aspirador, una colonia, un nuevo teléfono móvil o incluso un coche ultimísimo modelo de supergama altísima va a ser, por fin, feliz. Así lo asegura la publicidad, a veces de manera muy poco subliminal.

Y si no lo haces, vas a seguir siendo un pobre desgraciado.

Si escribes en Google felicidad, así, sin más, vas a encontrar la no poco desdeñable cantidad de 149 millones de entradas. Incluso desde esta página se ha contribuido a inundarnos aún más con frases motivadoras que hablan de esto. Y ante tantísima avalancha resulta muy complicado distinguir si las intenciones de la persona que lo publica resultan honestas, honestamente comerciales o simplemente comerciales sin complejos ni escrúpulos. Y de estos últimos hay muchos. ¡Pero muchos!

En gran parte de nuestra sociedad occidental de estos momentos, y en parte de la sociedad oriental, la calidad de vida resulta más alta que la que se ha tenido nunca a lo largo de la historia: tenemos mejor asistencia médica, mejor vivienda, mejor comida, más dinero y oportunidades profesionales que nuestros bisabuelos. Bueno, que los bisabuelos de los bisabuelos.

Y sin embargo el mercado y el mercadeo de la felicidad están haciendo su agosto. Da la impresión de que si hay este enorme mercado es porque hay la suficiente demanda de felicidad. Vaya que en realidad somos bastante infelices.

Y antes de seguir, me gustaría parar un momento y plantear una cuestioncita apenas sin relevancia: ¿realmente sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de felicidad?

Si le preguntáramos a cada uno de los habitantes del planeta qué entienden ellos por felicidad probablemente tendríamos 7.452 millones de respuestas distintas…

Para mi amigo Hernesto está muy claro, la felicidad son momentos. Es un filósofo, aunque él no lo sepa.

Hace un par de años, bueno, tal vez un poquito más, me tropecé con un libro de un señor que se llama Russ Harris: «La Trampa de la Felicidad». Si no les aconsejo su lectura es básicamente porque yo no soy nadie para ir dando consejos sin que me los pidan(y a veces ni aun pidiéndomelos). Pero me resultó extraña y gratamente satisfactorio. Fundamentalmente porque me pareció, al menos, honesto, y lo que decía no era ninguna tontería.

Viene a decir (entre otras muchas cosas) que cuando hablamos de felicidad, en realidad hablamos de dos cosas distintas.

Por un lado se trata de nada más y nada menos que de un sentimiento de alegría, de satisfacción, de placer. Y aunque a todos nos gusta sentirnos así, resulta que como es un sentimiento, le va a pasar lo mismo que a los otros sentimientos: dura lo que dura. Poco. Tal vez muy poco. Y por mucho que intentemos aferrarnos a ella con uñas y dientes, se nos va a escapar de entre los dedos. No es complicado que nos encontremos de repente en una especie de lucha vital por seguir sintiéndonos felices, para darnos cuenta de que en realidad conseguimos bastantes pocas satisfacciones. Lo más habitual es que cuanto más nos empeñemos en conseguir sentimientos agradables más probable resulta que suframos de ansiedad o de su prima hermana, depresión.

El otro significado de felicidad puede ser el de conseguir una vida llena de sentido, rica, plena. Una vida realmente satisfactoria. Signifique lo que quiera significar para cada uno.

Cuando hacemos las cosas que sinceramente nos importan, cuando la dirección en la que caminamos resulta que para nosotros realmente merece la pena, cuando actuamos en consonancia con lo que tenemos claro que tiene que ser nuestra vida, de repente, se siente uno como si tuviera más energía y resulta más fácil ir consiguiendo los pequeños objetivos que nos podemos ir planteando por ese camino. Y parece que esto ya no es un sentimiento fugaz, sino una profunda sensación de que estoy viviendo bien mi vida. Tal vez no tenga lujos, pero estoy satisfecho. Y aunque esta vida estará llena de momentos y sentimientos alegres y placenteros, es seguro que también nos va a traer otros momentos desagradables. Así son las cosas. Es lo que hay. Si vivimos una vida plena, en dirección a lo que realmente nos hace sentirnos satisfechos de nuestro esfuerzo, vamos a sentir toda una paleta de sentimientos y emociones. Agradables y desagradables, pero estaremos en disposición de poder aceptarlos, sin resignación, sin juicios.

Con la convicción de que realmente estamos viviendo la vida que queremos vivir.

A mi, particularmente me dio que pensar.

Espero sinceramente que tú ahora estés pensando también.

No, no es cuestión de elegir qué tipo de felicidad es mejor o cuál de ellas es la que estoy buscando… Es sólo cuestión de comprometerte contigo mismo y aceptar tu vida. Como venga. Pero con sentido.

Cuidate.

Sé feliz.